
Relato ganador, escrito en 1992 para el concurso A la luz de mi lumo, organizado por la revista Tiempo de Aventura.
¡Que oscuridad tan densa! ¡Que raro! No entra luz por la ventana y no se oye ningún ruido en el exterior. Intento levantarme pero mis miembros no responden. ¡No funcionan mis sentidos! Sin embargo, mi mente está activa, ¡puedo pensar!.
Quiero gritar y no puedo. No sé dónde estoy, pero siento que mi espíritu, poco a poco, abandona el mundo de los vivos para adentrarse en el de las tinieblas.
Al fin veo con terror una escena patética: mi cuerpo tumbado y sin vida, en la cama de mi habitación. Mi espíritu, de pronto, se ve atraído por una espiral que gira y gira, como un huracán que me absorbe y aleja de mi entorno.
Cuando todo pasa, siento cómo mi espíritu vaga sin rumbo por un laberinto indescifrable, por el que camino como si fuese un zombi. De repente, una fuerte luz cegadora ilumina el sendero y observo con claridad un pasillo, al final del cual, unas sombras parecen llamarme.
Mientras mi cuerpo errante avanza hacia la luz, una música proveniente de las estrellas me rodea y me transporta. Antes de llegar al final del pasillo, por mi imaginación pasan con rapidez, como si de una película de alta velocidad se tratase, las escenas más importantes de mi vida: mi infancia, mi primer amor, cuando terminé los estudios…
Poco a poco parece que esa secuencia de imágenes se va ralentizando y empiezo a visionar escenas que no tienen que ver ni con el espacio ni con el tiempo, sino más bien con la apreciación de los sentidos:
El murmullo del mar al golpear los acantilados, ¡oído!
Un bosque en otoño con toda su gama de tonos pastel, ¡vista!
La fragancia de un cuerpo desnudo de mujer, ¡olfato!
Saborear una copa de exquisito champán, mientras se observa cómo por su interior suben las burbujas del placer, ¡gusto!
La caricia de una mujer, el roce de sus labios sensuales, ¡tacto!
En mi imaginación ha ido apareciendo simultáneamente con dichas imágenes una palabra que para mí ha tenido mucho significado en la vida y que tiene relación con todos los sentidos, por que se ve, se huele, se oye, se palpa y por último se saborea. Esa palabra es como un sexto sentido innato en la naturaleza del hombre, me refiero a la ¡AVENTURA!.
Recuerdo cuando unos cuantos amigos formamos el Grupo de Aventura “LOS SURFISTAS DEL CARES“, nos preguntábamos unos a otros: ¿qué es para ti la Aventura? Poco a poco, mi mente empieza a recordar algunas de nuestras respuestas:
- Aventura es vivir emociones diferentes y fuera de lo corriente que nos hagan olvidar la rutina diaria.
- Aventura es buscar los secretos que la Naturaleza tiene celosamente guardados y que solamente están reservados a los mas atrevidos e intrépidos aventureros del planeta.
- Aventura es descubrir, o redescubrir en muchos casos, la Naturaleza que teníamos olvidada por el paso de la “civilización”.
- Aventura es convivir con otras etnias y aprender de su cultura y costumbres, respetando sus creencias y tabúes.
- Aventura es respetar la naturaleza en todas sus formas, allá donde pasemos.
- Aventura es un reto con uno mismo ya que hay que estar lo suficientemente preparado para abordarla, tanto física como psicológicamente.
- Aventura es aprender a tomar decisiones de vital importancia y a tener confianza en uno mismo y en los demás.
- Aventura es trabajar en grupo y aunar esfuerzos para que cada cual aporte sus conocimientos técnicos en pro del objetivo marcado.
- Aventura es saber renunciar a una expedición cuando se puede poner en peligro la vida de uno de sus componentes.
- Aventura es ayudar física y moralmente a los componentes del grupo o personas necesitadas, mas débiles o decaídas, aunque ello suponga no poder conseguir el objetivo marcado.
Aventura no es competir, sino compartir, entre otras cosas:
- Las experiencias vividas durante el día y recordadas con cariño al anochecer a la luz del lumogas.
- La alegría de encontrar el camino perdido.
- El triunfo de haber conseguido el objetivo marcado.
- La amargura del fracaso.
- Las responsabilidades asignadas a cada uno de una forma natural.
- El cansancio, la fatiga, el esfuerzo agotador, …
Llevados por ese espíritu de aventura, algunos componentes del grupo realizamos una serie de actividades que nunca mi mente podrá olvidar: descenso del cañón del río Vero. Rafting en las aguas bravas del Noguera-Pallaresa… y parapente.
Todas ellas me traen recuerdos agradables, pero ninguna como el parapente. Esa sensación de libertad que el hombre tiene cuando se encuentra volando a cierta altura, sin que nada le ate al mundo que le rodea, salvo el arnés y los mandos que le permiten gozar de un vuelo como si de un águila imperial se tratase.
Recuerdo con entusiasmo mi primer vuelo: pocos instantes antes de inflar la vela y comenzar la carrera, mi cerebro se entretiene en recordar torpemente las instrucciones aprendidas de forma teórica y una serie de palabras, que de momento no tienen ningún significado para mí, pero que considero vitales. Poco a poco iré aprendiendo su importancia: chequeo prevuelo, viento de cara, mirar la manga, extradós, intradós, efecto “Venturi”, parachutaje, térmica, cúmulo-nimbos…
Mis pensamientos se ven interrumpidos por la voz ronca del monitor que grita:
—Pero, ¡corre, corre, corre… no te pares!
Mi cuerpo, al igual que una flecha, sale disparado y en pocos segundos, después de comprobar que la campana está correctamente inflada, me encuentro corriendo en el aire.
—¡Por fin he despegado!
El miedo y el nerviosismo han dado paso a la tranquilidad y a la relajación. ¡Que paz ¡ No se escucha ningún ruido, salvo el viento que revoletea con los “suspender” y juega con el borde de ataque del parapente.
La visión de la tierra desde esa altura es diferente, es como contemplar un mapa en relieve o un cuadro multicolor, donde cada casa, cada árbol y cada sembrado aporta el matiz correspondiente para lograr la armonía del conjunto.
¡Lástima! No puedo inmortalizar estas imágenes haciendo fotografías. Ni tengo en ese momento mi cámara, ni tengo todavía el valor suficiente para soltar los mandos a los que voy aferrado.
¡Qué sensación! El sueño de Leonardo Da Vinci hecho realidad.
Y de nuevo, la voz ronca de mi monitor que a través de un megáfono, como los utilizados por los vendedores ambulantes, dirige mis movimientos en ese medio, todavía desconocido para mí, que es el aire.
Disfruto de un breve vuelo antes de que mis pies y mi trasero rocen de nuevo la tierra. Cuando me incorporé y me di cuenta desde donde había volado, mis piernas temblaron, pero mis pensamientos fueron unánimes en su decisión: ¡Quiero volver a volar!
¡Que pena! Ya todo se ha acabado para mí, ya no podré volver a volar en parapente, ni realizar esas aventuras con las que siempre soñé: surcar el cielo montado en la barquilla de un globo, bucear en los mares tropicales del Caribe, alcanzar a pie la cumbre nevada del Kilimanjaro, atravesar el continente africano en un coche todoterreno…
Pero… ¿Qué pasa? ¿Qué temblor sacude mi gélido cuerpo? ¿A qué obedece ese ruido ensordecedor? Parece como si fuese un terremoto o la explosión de un volcán. De pronto mis oídos parecen recuperar el sentido perdido y escucho unos ruidos y voces que parecen provenir del mismísimo infierno.
—¡Ring!, ¡Ring!, ¡Ring!…
—¡Rafa, despierta de una vez, ya es la hora y vas a llegar tarde a trabajar!
Mi cerebro reacciona al instante como si de un jarro de agua helada hubiese caído sobre mi cabeza. Mis labios únicamente son capaces de gesticular dos palabras: ¡Estoy Vivo!.
A lo que mi compañera responde con cierto reproche: ¿todavía te dura la resaca del viernes?
Mis oídos hacen caso omiso de ésta y otras frases pronunciadas con idéntica ironía, ya que nadie puede imaginar la alegría interior que me embarga al descubrir que todo era un sueño y que algún día podría realizar todas mis ilusiones pendientes.
Me aseo, me enfundo el traje de ejecutivo, comprado en las rebajas de unos grandes almacenes, guardo en el maletín el informe técnico, elaborado la noche anterior, causante de mi pesadilla y, poco a poco, me sumerjo en la jungla de la gran ciudad, también denominada, equivocadamente por algunos: ¡Civilización!.
Esa jungla que no carece de Aventuras, a la que los políticos no encuentran, o no buscan, solución y, que está llena de obstáculos que día a día hay que superar: atascos, incomodidad en los transportes públicos, mendicidad, drogadicción, violencia, hurtos, violaciones… En fin todo aquello que se podría definir como “LA AVENTURA DE LA VIDA”, una aventura rutinaria y habitual en la que participan, como si de un Treking por el Himalaya se tratase, miles de resignados y sufridos madrileños que, desde “ciudades dormitorio” de la zona SUR, tienen que trabajar en polígonos industriales de la zona NORTE, o viceversa.
¡Esa Aventura si que requiere Valor!